jueves, 19 de julio de 2012


Andrew, un chico normal y corriente caminaba por la arena de la playa.  Concentrado en cada paso que daba, Andrew no prestaba atención a las gaviotas que volaban en el cielo anaranjado del atardecer. Sus ojos verdes estaban apagados,  el color de su tez se había aclarado; era tan blanca que parecía ser un muñeco hecho de papel. Caminaba mirando al suelo, ignorando al viento que le azotaba pequeñas corrientes de aire en la cara. Cuando estaba desanimado y triste, la playa era el mejor lugar al que podía acudir. El olor a sal le tranquilizaba, el horizonte infinito que se veía desde el acantilado hacía que se sintiera poderoso, hacía que se imaginase que él era el rey del mar. Una vez más, estaba allí para aislarse del mundo, pero esta vez algo iba mal, algo raro recorría el cerebro de Andrew, algo que le molestaba y que seguro iba a eliminar de su cruel realidad. 
Subió al acantilado sin expresión ninguna en la cara, era un fantasma deambulando por un mundo de extraños. Agradecía aquel silencio, agradecía esa paz del mar, agradecía estar solo. Cerró los ojos y sus recuerdos se posaron sobre su cabeza. Aquellas imágenes de las peores horas de su vida hacían que las lágrimas formaran un charco sobre el suelo. Se acercó al borde del acantilado, y a continuación se arrodilló y levantó sus manos como símbolo de perdón. Se sentó sobre aquella arena rojiza y se dijo a sí mismo que jamás volvería a ser feliz. 



Andrew siempre había sido un cobarde. Nunca podía enfrentarse a los más fuertes, a las situaciones más complicadas, ni tampoco a las decisiones correctas y difíciles. 
Huía, corría, lloraba, y siempre paraba en los brazos de su madre. Una parte de su infancia la pasó así, pero los años no le hicieron cambiar de actitud. Seguía siendo el mismo: el delgaducho, cobarde Andrew. Su padre, un hombre robusto y fuerte odiaba ver a su hijo llorar por estupideces. Un día se acercó a su hijo y le dijo que él le iba a entrenar para que cuando le pegasen, él pudiera reaccionar de una manera correcta. Le enseñó cómo pegar puñetazos y patadas, pero Andrew jamás había pegado a los chicos que en un cierto tiempo le habían pegado en el colegio.  Los chicos le pegaban porque era un “rarito”, no era como ellos. Andrew no era como los demás, él cuidaba de su madre, quien perdió la vista por la culpa de un  incendio en la casa donde trabajaba. Su madre disfrutaba su tiempo junto a Andrew, pasaban las horas hablando, paseando y de vez en cuando, Andrew se atrevía a tocar una melodía con la guitarra que hacía que su madre se quedara sin palabras. Un día, cuando Andrew volvió a casa, no encontró a su madre por ningún lado. Salió a buscarla al pueblo, pero no había rastro de ella. ¡Estaba ciega, por dios! Ese pensamiento hizo que Andrew se detuviese a pensar que a su madre la habían raptado. Corrió hacia su casa y entró a su habitación llorando. Correr no le servía de nada; gritar su nombre, tampoco. 
Alguien abrió la puerta de la habitación de Andrew, era su madre. Corrió a abrazarla y lloró en su hombro. Su madre le dijo que había ido a dar un paseo con su padre. Sus palabras estaban arrastradas por la agonía de no poder ver a su hijo, lo que hizo que Andrew  llorase aún más. “Todo irá bien” fue lo que se pudo entender bien de la boca de su madre, ya que esa frase lo dijo con firmeza. Andrew no entendía nada, pero tan solo asintió. 
Por la noche, el padre de Andrew entró a su habitación y le contó qué había sucedido. Su padre le contó que su madre le pidió que fuesen a dar un paseo. Mientras que caminaban, su madre le dijo que cuidase bien de Andrew, porque algún día, ella desparecería. Le dijo que estaba cansada de no poder ver nada, estaba cansada de pretender que todo iba bien cuando en realidad nada lo estaba. Ella quería recuperar la vista, quería ver cómo Andrew crecía, quería ver el mar, quería ver su rostro reflejado en un espejo… Desgraciadamente, ella sabía que eso era imposible, y que por lo tanto, ¿para qué molestarse en vivir cuando no se sentía feliz con ella misma? Andrew pensó en su madre, en su vejez, en lo cruel que fue para ella perder la vista. Su padre intentó abrazarle, pero Andrew lo rechazó y se metió en la cama para dormir. Tenía que ser fuerte, tenía que, por primera vez, enfrentarse a las adversidades de su vida. 


Los meses pasaban y el duro invierno llegó a Andrew. En esta época del año, su madre cayó enferma y su hora de irse al paraíso la capturaba para llevársela, pero Andrew no lo permitía, él giraba las agujas del reloj de la vida de su madre; pero eso no solucionaba su enfermedad. Andrew encontró un refugio en la música, y la guitarra siempre estaba allí cuando más solo estaba. Poco a poco, el pobre e indefenso Andrew se fortaleció de energía, y se olvidó de sus preocupaciones y empezó a abrirse al mundo. 
Un día frío y nublado, mientras que componía una canción, Andrew se encontró con el frasco de medicina sin gastar. Se asustó y reaccionó con pánico. El miedo provocó enfado hacia esa maldita medicina que su madre debía de tomar. Bajó corriendo las escaleras y con lágrimas en los ojos llevó el frasco hacia su madre. 
-Dime, ¿por qué eres tan egoísta? ¿Por qué no te tomas las medicinas? ¿Por qué quieres irte ya de aquí? ¿Por qué quieres abandonarnos? 
-Andrew … Hijo mío…
La voz de su madre se quebraba, y Andrew no podía contener su enfado. 
-¿Hijo mío? Si te vas ya no seré hijo tuyo. 
-No te puedo ver, no puedo ver cómo creces, no puedo hacer nada, sólo os causo molestias. 
-¡¿Y por qué quieres verme?! Sigo siendo el mismo, mamá. No he cambiado- gritó Andrew. 
-Ya se que sigues siendo el mismo, pero Andrew yo ya no puedo soportar esto más, compréndeme. ¡Estoy ciega, y además enferma! 
-Si no pensaras en morirte, no estarías enferma. 
Andrew lloró y su madre no se movió.
-Lucha, mamá. Lucha por tu vida y por la mía. Por favor, no te vayas. Yo te quiero, te necesito mirar, escuchar y si tu no estás mi esperanza se pierde. He intentado ser fuerte, deshacerme de las preocupaciones cuando te veo sola, he intentado ser valiente y aferrarme a algo. Y ese algo has sido tú. He luchado por aferrarme a una cosa que se  marchitaba, he intentado olvidar tu ceguera y pensar que realmente me veías, he intentado todo para convencerte. 
-Andrew … El problema es que el médico me ha dicho que no hay cura para mi enfermedad. 
Andrew estaba asustado, ahora sabía que iba a perder a su madre. 
-Tú no me quieres, deseas morir sin luchar por tu vida.  Te intentas convencer de que estamos mejor sin ti sabiendo tú misma que no es verdad. Te haces daño y también nos haces daño, a mi y papá.  Y ahora, por favor, tómate la medicina. 
Se acercó a su madre y le dio el frasco. Sin expresión ninguna, su madre se tomó la medicina y luego se quedó dormida en la mecedora donde estaba sentada. 
En aquel instante, se preguntó si él iba a ser tan cobarde como su madre. 


Un día soleado de primavera, Andrew y su madre fueron a dar un paseo por la playa. Su madre sonreía y su hijo estaba feliz por ella. El tiempo se agotaba y debían de agotar cada sonrisa de su boca antes de que fuera tarde. 
Andrew se sentó en la arena mientras que veía a su madre caminar por la orilla haciendo que el agua salada tocara sus pies. El viento hizo danzar su largo cabello y mientras que con sus pequeños pasos avanzaba su recorrido por la orilla, pisó una concha. Se agachó y con sus suaves manos la cogió y se la llevó a su oreja para oír el sonido del mar.  Todo era tan bonito, tan real … 
Andrew la miraba admirando sus gestos, miraba con curiosidad a su madre cuando ella se puso la concha de mar en la oreja y le susurraba cosas que él no podía oír. 
Andrew se levantó y se acercó a su madre. Cuando estaba a escasos metros para decirla que ya era hora de irse a casa, su madre se cayó al suelo. Se desplomó suavemente; primero sus rodillas golpearon la arena sosteniendo todo la masa de su cuerpo y luego se llevó la concha de mar a su pecho y se cayó hacia delante, haciendo que el agua de la playa mojara su cara. El paisaje de la playa, el acantilado y el mar se borró de sus ojos y tan solo pudo ver cómo los ojos abiertos verdes de su madre se iban apagando poco a poco. Andrew lloró como jamás había llorado antes. Cogió la mano de su madre y se la llevó a sus mejillas. El tacto y el calor que transmitían sus manos hacía que Andrew no la echara de menos, porque en aquel momento y siempre la iba a echar de menos. 

Se tumbó sobre la arena junto a su madre y cerró los ojos. Volvió a coger la cálida mano de aquella única mujer que le había querido de verdad y se la llevó a su pecho. 
-¿Escuchas estos latidos? Los escuchas, ¿verdad?- Susurró al oído de su madre-. Estos son tus latidos. Sé que todavía me estás oyendo y que aunque tu cuerpo ya no esté aquí conmigo, tu alma me escucha y sé que aún; en mi corazón, en estos latidos, sigues viviendo … 
Hizo una pausa breve para luego apoyar su cabeza sobre su pecho y decir las  palabras que en aquel momento no recordaba habérselas dicho nunca: 
“Te quiero”. 





Dos años después: 


Sigo siendo un maldito cobarde. Me es imposible deshacerme de su muerte. A veces me pregunto si soy yo el culpable de su desgracia … 
Me siento más solo que nunca, y la soledad de esta casa es más visible cuando mi padre viene de trabajar y se sienta en una butaca para luego pasarse toda la noche ahogando sus penas con alcohol. Me pregunto si puedo curarle, pero es ver sus ojos rojos manchados por el cansancio y plantearme si en realidad puedo ayudar. 
Aún recuerdo cuando subí al acantilado y me planteé suicidarme para encontrarme con mi madre, pero entonces pensé en la única persona que todavía me quería: mi padre. 
No sé si podré sobrevivir a esta pesadilla llamada vida, pero lo único que sé es que debo ayudar a mi padre a ser feliz, no quiero perder a más personas. 
No sé si podré cumplir con mi misión de estar contento, pero siempre podré decir que lo he intentado. Puede que ya no sea tan cobarde … 



1 comentario:

  1. Menuda terapia de choque... Vaya. Ha sido un texto bastante duro, muy emotivo y un poco más y me arrancas las lágrimas.
    Andrew no me ha parecido cobarde en todo el texto. Diferente tal vez, cobarde no. Nadie lo es, no lo veo yo así.
    El final del relato ha sido tan impactante que no me lo creía ni yo. Pero me ha gustado mucho como lo has redactado :)

    Un beso fuerte

    ResponderEliminar